jueves, 15 de diciembre de 2011

La Colección de Enrique...



    Debo de agradecer a Enrique (don Enrique, el maestro) su generosidad por cedernos una interesante colección de fotografías. Todos los que le conocemos sabemos de su afición por la fotografía y cómo se hacía acompañar de su cámara a todos los eventos que podían celebrarse en Olleros.
      Nos encontramos un día en el Kiss y no hice más que preguntarle si conservaría alguna de aquellas fotos que nos hacía en el campo de futbol o cuando las funciones de Navidad o en las fiestas y le faltó tiempo para decirme que me las dejaba.
      En las que he podido copiar no estamos en muchas de ellas (en las que estamos las he incluido en nuestro álbum) y para las otras he creado otro, cuyo enlace tenéis a partir de ahora (por si ya lo habíais intentado y no pudisteis, es que no se podía). Creo que a pesar de no referirse a nosotros es una colección interesante y que podemos pasar buenos ratos intentando reconocer quiénes son, cuándo y dónde…
      Seguro que en alguno de los cientos de carretes que aún guarda tenemos que aparecer, pero son tantas las fotos que ha hecho que ni él mismo puede recordar. Si algún día las encontrara seguro que no tendrá problemas en cedérnoslas, lo que le agradezco por adelantado. Hoy cualquiera tiene una cámara, que al ser digitales puedes hacer tantas como quieras, pero hace quince años y para atrás solo unos pocos se permitían, por afición, el lujo de tener cámara, comprar los carretes (que no eran baratos) y revelar las fotos (que no era barato). Todo ello convierte esas fotografías en autenticas joyas y en un verdadero regalo para los que no pudimos plasmar aquellos momentos interesantes de nuestra vida y podernos recrear con su contemplación, con su recuerdo…
       Lo dicho: ¡gracias, Enrique!,...       y que las disfrutéis…


martes, 6 de diciembre de 2011

La Cueva de la Campana...


    La Cueva de la Campana era una especie de prueba que todo niño había de experimentar, o cargar el resto de su vida con la impronta de la cobardía.
    Es, más que una cueva, un pasadizo estrecho que atraviesa de lado a lado lo que conocemos como la Cresta (esas agujas de piedra caliza que van desde el Hayedo hasta casi el pico Valderno, encrucijada de las pedanías de Olleros, Sahelices y Sabero).




    Lo normal es que empezásemos por la entrada sur (la de la foto), dónde la boca es mucho más grande, esto es, por la que no se ve desde Olleros. Es curioso que al pie de esta entrada se encuentra la de la Cueva del Mosquito, de la que nunca he oído relatos (no cuentan los fantásticos, aquellos que dicen que tiene galerías que llegan hasta Cistierna), es al menos inquietante que nunca hayas oído a nadie que se haya aventurado en ella y que te haya contado hasta dónde llega. También es probable que no valla, o no se pueda ir, más allá de donde se ve, y el único recuerdo que seguro tenemos todos los que hemos estado cerca es que siempre estaba cegada por un millón de mosquitos y su principio tan vertical que te quitaban las ganas de arriesgarte a comprobar si las leyendas eran ciertas.
    Volvamos a “La Campana”: Todo el recorrido es angosto, por lo que rápidamente deja de percibirse la luz. Y su característica, la que le da el nombre, está pasada la mitad, cerca de la otra salida. Es una protuberancia que surge del techo (de ahí el nombre de “la campana”) y estrangula el pasadizo obligándote a pasarlo por debajo, por una pequeña hollada. Se pasa con mucha dificultad, siempre con la impresión de que te vas a quedar encallado, sin saber si una vez lo pases podrás volver atrás, y aunque te lo hayan dicho, con el miedo de que no encuentres la salida al otro lado, de que te la hayan jugado. Con las piernas aún temblándote, el corazón a doscientos, al poco de pasar la campana ves el final del túnel, el sol te ciega y cierra los ojos y te abre los pulmones por encontrar de nuevo el aire y el sosiego, en la cara la sonrisa del triunfo y ante ti la espectacular vista que desde ahí tienes de Olleros.
    Es una pena que ya no pueda rememorarlo porque seguro que me atascaría a pocos metros de la entrada y me acojona más que antes la idea de quedarme encallado bajo la campana.