domingo, 10 de febrero de 2013

Los días de la nieve...

 
 
Este año han acertado.

Después de dos o tres años de “sequía”, los adivinos observadores de la naturaleza han dado en el clavo. Durante el verano y otoño el pronóstico era el mismo: este año va a nevar mucho, hay muchas avispas, que las había, y están muy revueltas, que lo estaban. A la tercera ha sido la buena y este año se ha empeñado en darles la razón, a las avispas y a los agoreros, lleva dos semanas que no ha dado tregua, pero con la singularidad de que esta vez lo que cae un día ha desaparecido al día siguiente, que si no estaríamos enterrados en casa.
Creo, ya me diréis si me equivoco, que en la memoria de todos nosotros funciona un particular resorte que asocia Olleros al invierno y que inmediatamente nos traslada a imágenes de nieve, de mucha nieve.
<<Ahora nieva menos>>; eso nos dicen los mayores y lo dice nuestra memoria, y no puedo confirmaros que sea así porque tendemos a engrandecer lo que hemos vivido en el pasado (antes llovía más, nevaba más, hacía más frío, más calor…, todo era más grande). Como experiencia os puedo decir que tengo posibilidad de consultar con el meteorólogo y que la estadística es más fiel que nuestra memoria, y la mayoría de las veces desmiente nuestros recuerdos; pero en el caso de la nieve parece que se cumple, que ahora nieva menos. Dicen que una posible explicación estaría en el pantano de Riaño, que por su tamaño y capacidad tiene la facultad de intervenir en la climatología de la zona.
Hoy los niños esperan los días de nieve para que no haya colegio, ¿recordáis algún día que nevara y no hubiera clase en la escuela?, yo no. Sí que recuerdo ir de mi casa hasta la escuela con la nieve por la cintura, que sería por mi estatura más que por la cantidad, pero D. Nemesio o D. Romualdo solo tenían que bajar la escalera de su casa para llegar a la clase. ¿Y los recreos?, ¡eran lo mejor! En cualquier día de nuestra infancia el recreo de la escuela era un hervidero de niños para los que la plaza se quedaba pequeña, pero en los días de nieve era una batalla campal auténtica. Rápidamente nos movilizábamos para hacer parapetos y formando grupos se liaban verdaderas guerras de bolas de nieve. Y también, cómo no, hacer muñecos de nieve después de empujar enormes y pesadas bolas.
Son recuerdos de caminos estrechos excavados en la nieve, pasillos que se me antoja recordar que no me permitían ver el entorno por la altura de la nieve, senderos hechos a pala que semejaban un laberinto que te llevaba a los lugares principales del pueblo: la escuela, el economato y los bares; y la iglesia los domingos.
Otra de las diversiones que está, seguro, en la mente de todos son los “resbalizos” que nos hacíamos puliendo la nieve hasta que quedaba como el cristal. Podíamos pasarnos horas deslizándonos sobre el hielo, haciendo la pista cada vez más larga, más divertida. Recuerdo especialmente una que hicimos, y ya éramos mayorcitos, desde la puerta del bar de Berto hasta casi la carretera nueva, ¡qué gozada!, hasta que llegó un “buen ciudadano” y nos la llenó de ceniza alegando que era por donde bajaban los mineros a coger el autobús.
Si os preguntase por las navidades todos diréis que las recordáis con nieve. En todas nuestras imágenes de los inviernos de nuestra niñez hay nieve; hay nieve en las cabalgatas de Reyes, en los domingos de cine, en las funciones de Navidad, en las largas noches de invierno y sobre todo hay mucha nieve en nuestros recuerdos.
Para mí la mejor imagen es la del día siguiente de la nevada cuando se despeja el cielo, sale el sol e ilumina todo con una luz intensa que hace que resalte el blanco de la nieve hasta cegar los ojos y la temperatura templa y apetece salir de paseo, pisar la nieve virgen y volver a la infancia jugando con bolas de nieve y a hacer muñecos y resbalizos (¡cuidado que estáis en la edad de jugaros una pierna!)